Nota aclaratoria: el texto se presenta sin maquetar.

El polvo generado por la explosión flotaba en el aire y el olor a kraí quemada inundaba la explanada. El teniente de la Guardia Neutral miró a su alrededor. No había ningún herido y, por suerte, el muro había aguantado. Frente a él estaba Prist Sínderen, el oficial de la Escolta Real, estrujando con la mano uno de los papeles que revoloteaban por el suelo de la plaza. Éinar no le conocía tanto como para considerarle alguien cercano, pero sabía que era una persona aplicada y concienzuda en su trabajo. Estaba seguro de que se tomaría este ataque contra el Zet como algo personal. Después de todo, la defensa del complejo formaba parte de sus competencias.

—Han vuelto a ser ellos —dijo Éinar a la vez que se acercaba por su espalda. Su coleta gris ondeaba al viento, y bajo su barba recortada se dejaban entrever unos labios apretados que mostraban preocupación.

—Sí —respondió Prist—. Hay que avisar al rey.

—Los atraparemos, Prist —le intentó tranquilizar apoyando una mano sobre su hombro, pero el oficial no pareció inmutarse.

Prist guardó silencio con la mirada clavada en la cavidad que había dejado la explosión en el muro de piedra.

—Volveré a revisar las entradas por los controles periféricos —insistió Éinar—. Encontraré la manera que tienen de entrar en los dos primeros distritos.

—¿Y si antes tenías razón? —le preguntó el oficial, absorto en sus pensamientos y sin prestar atención a lo que le estaba diciendo.

—¿Cómo?

—Cuando corrías por las plataformas y me gritaste que no habían pasado por el control periférico… ¿Y si estabas en lo cierto? ¿Y si el ataque ha sido desde dentro?

Éinar vaciló unos instantes antes de contestar, pero decidió no entrar a valorar esa posibilidad. Aquello significaría que las labores de vigilancia de la Guardia —labores que él mismo coordinaba desde su distrito— eran ineficaces.

—Quería decir que no lo han pasado recientemente. O al menos no el control de la arteria sur, que es desde donde yo venía cuando se escuchó la explosión. Enviaré a mis hombres a verificar los otros dos.

—Sí, hazlo, por favor. Y rápido. Si no encontráis registros sospechosos en ninguno de los controles periféricos significará que ya estaban aquí instalados desde hace tiempo. Y eso me preocupa. Alguien les ha ayudado a entrar y les está escondiendo… —el escolta hablaba con templanza, procurando mantener un tono firme en todo momento para evitar que sus palabras sonaran angustiadas—. No podemos perder el control de los dos primeros distritos, Éinar. No ahora.

Prist tenía razón, no podían permitir que los altercados traspasasen la Shïdé o les sería imposible prever el próximo movimiento de los alborotadores. Además, de ser así, la eficacia de la Guardia quedaría en entredicho. Y tras todos los esfuerzos que estaban haciendo para atrapar a los responsables no pensaba consentirlo.

—Hablaré con los tenientes de los dos primeros distritos para que no ocurra.

El oficial asintió mientras dirigía de nuevo la mirada a la oquedad.

—Creo que mi día de permiso ha terminado —se lamentó con resignación.

Prist no volvió a articular palabra y se limitó a observar con rostro sombrío el muro del Zet y los tejados de los edificios que sobresalían por encima de él. Éinar comprendió que la conversación había finalizado y se apartó de su lado sin esperar despedida alguna por su parte. Tras ordenar el desalojo de la zona afectada a los guardias que se habían desplazado junto con él, volvió a subir a las plataformas metálicas que comunicaban las alturas de Ara Nastra y tomó dirección al control de la segunda arteria, lugar desde el que había partido hacía tan solo unos minutos.

Deshizo el camino tan rápido como pudo, saltando de tejado en tejado y corriendo con zancada larga por las estrechas pasarelas de metal que los unían. Su corazón palpitaba con fuerza contra su pecho, la situación actual superaba con creces todo lo acontecido. Por muchos problemas que hubieran tenido en los distritos periféricos durante estos últimos días, una explosión en los primeros distritos era algo insólito. No recordaba ningún registro de algo como aquello y le surgió la duda de si sería el primer ataque perpetrado contra el Zet desde su creación. Tenían que capturarlos, si trataban de huir tras la explosión ahora era el momento idóneo para hacerlo. Y si no encontraban a nadie pretendiendo salir de allí…, significaría que Prist tenía razón: alguien de los primeros distritos les estaba ocultando.

La última pasarela terminaba frente a las zigzagueantes escaleras que daban acceso a la parte alta de la Shïdé. Las subió como una centella y una vez arriba descubrió con decepción cómo los guardias encargados de realizar la ronda de vigilancia corrían sin propósito alguno por la cima semicircular, alertados por el suceso, pero sin saber cómo actuar. Éinar se detuvo un momento para respirar y comprobó, para a su sorpresa, que aún tenía aliento suficiente para exclamar las órdenes sin perder la compostura.

—¡Desplegaos por los dos primeros distritos! —bramó a los desorganizados guardias extendiendo el brazo derecho hacia el Zet—. ¡Ocupad todas y cada una de las plataformas y vigilad sin descanso todos sus rincones! ¡Ha habido una explosión al otro lado de la Shïdé, es nuestro deber encontrar a los responsables!

Era su deber poner orden. Poseía el segundo rango más alto de la Guardia Neutral, igualado por el resto de los tenientes y superado tan solo por su capitán; y ninguno de ellos estaba allí para ocuparse de la situación.

Las campanas de alarma comenzaron a sonar a lo largo del muro. Desde su posición pudo comprobar cómo los guardias reaccionaban a sus órdenes, organizándose en pequeñas escuadras para bajar del muro. Todos iban ataviados con el uniforme gris ceniza característico de la Guardia Neutral y con la gorra de corte militar del mismo color que lo complementaba. Gorra que él, pese a ser teniente y disponer de una más elegante que la de los guardias rasos que comandaba, se resistía a llevar. El capitán se lo recriminaba cada vez que le veía, pero él seguiría sin llevarla mientras siguiera siendo capaz de esquivar sus reproches. Era el último rescoldo de rebeldía que le quedaba en un cuerpo regido por la disciplina y el orden.

Éinar recorrió con paso decidido la cima del muro con la mirada puesta en la garita desde la que se controlaba el portón de acceso de la arteria sur. A su derecha tenía los dos primeros distritos, separados por la Avenida Real; a su izquierda los distritos cuarto y quinto, divididos por la larga y ancha vía conocida como la arteria sur; y por debajo una caída de por lo menos veinte metros que esperaba no recorrer nunca. El viento mecía su coleta con fuerza y las hebras de plata reflejaban los escasos rayos de sol. Una larga cicatriz, fruto de su primera rebeldía y por la que casi perdió un ojo a los pocos meses de incorporarse a la Guardia, le bajaba en línea recta desde la frente hasta la mejilla derecha con un tono más tostado que el resto de su atezada piel. El uniforme le quedaba entallado y el color de su tela, un gris mucho más oscuro que el de los guardias de menor rango, le ayudaba a imponer autoridad.

Éinar detuvo a una joven guardia que pasaba corriendo por su lado cogiéndola por el hombro.

—Ve a buscar a tus superiores. Infórmales de que ha habido una explosión en el muro del Zet. Diles que manden buscar a los tenientes Aslak y Lyska a sus respectivos cuarteles.

La joven asintió con nerviosismo y continuó corriendo hasta la primera plataforma que comunicaba con los distritos no periféricos. No había tiempo para pensar, era el momento de actuar. Éinar trató de movilizar y organizar a todo aquel que encontró en su camino. La sola idea de que el oficial de la Escolta Real pudiera tener razón con su conjetura le aterraba.

El grueso muro alojaba en lo alto los mecanismos de engranajes que permitían controlar los grandes portones de dos hojas en los que finalizaban las arterias. Tres en total, uno por arteria. Eran las puertas que separaban los distritos periféricos de los no periféricos, las barreras que mantenían protegido al orden del caos.

Mientras caminaba hacia la garita, desde donde los guardias manejaban el portón, se topó con uno de los hombres que tenía bajo su mando en el quinto distrito.

—¡Viggo! —le gritó al ver que este no le había reconocido y se alejaba de él—. Vuelve al cuartel a por refuerzos, hay que bloquear las tres arterias. Despliega a nuestros hombres en la segunda y en la tercera, yo me encargaré de bloquear la primera al oeste.

—¡A sus órdenes, mi teniente! —respondió el avezado guardia tharkalí antes de poner rumbo a las escaleras que bajaban hasta el quinto distrito.

Sin detenerse ni un instante, Éinar continuó la marcha hasta alcanzar la garita. Al llegar abrió la puerta con tal ímpetu que sobresaltó a todos los que estaban en su interior.

—¡Cerrad ahora mismo la puerta del control y enviad mensajeros para que hagan lo mismo en las otras dos! ¡No quiero ni un solo ciudadano cruzando la Shïdé desde este momento!

Los guardias asintieron de inmediato y se levantaron a toda prisa para abandonar la garita. Dos de ellos se dirigieron al mecanismo de pesos para accionarlo, y un tercero se desgañitó ordenando desde lo alto del muro a sus compañeros de la base que interrumpieran los accesos antes del cierre de la puerta. Éinar se dirigió a los dos guardias que se habían quedado dentro con él.

—¿Bajo el mando de qué teniente estáis?

—De la teniente Lyska, señor —respondió uno de ellos.

—¿Cuánto tiempo ha durado vuestro relevo?

—Es el cuarto día, mi teniente. Está previsto que dure seis.

Éinar se acercó a la mesa donde los guardias gestionaban los permisos de acceso y apoyó el dedo sobre uno de los registros.

—Preparad de inmediato una lista con todas las personas y vehículos que han cruzado por esta puerta en esos cuatro días. Me da igual si eran mercaderes, carros de comida o meros viandantes. Quiero toda la información de la que dispongáis.

—¿Debo solicitarlo en los otros dos controles, mi teniente? —Sí —contestó Éinar con contundencia—. Cuanto antes.